El confort en la vivienda es un valor clave y un deficiente aislamiento térmico puede pasar de ser una incomodidad a un problema de salud.
A lo largo del tiempo, el calor ha sido un valor apreciado y un elemento de confort determinante. Incluso cuando el carbón o la madera se usaban para calentarse, no se puede decir que todos los espacios estuvieran climatizados, incluyendo aquellas edificaciones que eran más acomodadas. Solo en ocasiones muy especiales algunas habitaciones aparte de la cocina podían disfrutar de calefacción, y normalmente áticos o sótanos se dejaban sin calefactar.
Los avances tecnológicos unidos a la gran demanda de confort y la disponibilidad de recursos energéticos eficientes en términos de coste llevaron posteriormente a la aclimatación de toda la vivienda. La primera crisis energética en los 70 elevó la preocupación en Alemania sobre la seguridad del suministro energético e introdujo un cambio en la mentalidad de la época poniendo el acento en la eficiencia energética de las edificaciones.
Si se compara con la regulación de los años 60 se han multiplicado por cinco los requerimientos en aislamiento térmico y después la normativa en cuanto a eficiencia térmica en los equipos de climatización. En toda Europa, el objetivo político actual es conseguir los “edificios de consumo de energía casi nulo” desde 2020.
En paralelo el incremento del nivel de vida en los últimos 60 años y la menor concentración de personas por vivienda ha significado también que el espacio ocupado por persona ha aumentado desde entre 8 y 12 m2 por persona a la actual de 45 m2. Además de esto, los espacios públicos calefactados, tales como colegios, bibliotecas, hospitales, residencias o servicios de infraestructuras como aeropuertos, metro, estaciones, etc se han incrementado proporcionalmente, siendo demandantes de climatización intensivos incluyendo sistemas de refrigeración. De esta forma, los ahorros realizados en la mejora de los edificios se han contrarrestado por el incremento de estos espacios y la creciente demanda per cápita.
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La discusión ahora se centraría en ajustar los edificios existentes los requisitos actuales mediante rehabilitaciones energéticas integrales, mientras además se establecen niveles de tolerancia respecto a la climatización (no todas las estancias deben permanecer a 20 grados en invierno y en verano) que podrían contribuir a realizar ahorros significativos, así como a destinar recursos a la protección del medio ambiente.
Si el confort en la vivienda resulta un valor clave en nuestra sociedad actual, la salud es una prioridad indiscutible. Elementos que podríamos pensar que tan solo aportan comodidad a la vivienda (como aislamiento térmico, impermeabilización, aislamiento acústico, emisiones de compuestos volátiles, etc.) se relacionan con problemas de salubridad como variación excesiva en las temperaturas, presencia de humedades y proliferación de hongos, baja calidad del aire o ruido excesivo, que si sobrepasan determinados valores pasan de ser una incomodidad a un problema de salud.
Existen diferentes estudios que relacionan ambas variables (vivienda de calidad y salud) pudiendo llegar incluso a aumentar la mortalidad. Las posibles relaciones de causa efecto entre las condiciones ambientales y las consecuencias en la salud, podrían resumirse en temperaturas excesivamente bajas o elevadas que producen hipertensión u otras enfermedades vasculares, o del aparato respiratorio como asma, bronquitis crónica, etc. La presencia de algas u hongos que producen alergias o infecciones, o la calidad del aire interior que puede llegar a producir cáncer de pulmón o problemas cardiovasculares.
El ruido, además de ser una causa manifiesta de incomodidad puede llegar a producir alteraciones del sueño que conducen a deterioros cognitivos o enfermedades cardiovasculares.
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