En medio de la carrera por digitalizar nuestras ciudades, está surgiendo una nueva infraestructura silenciosa, no en las afueras ni en grandes polígonos industriales, sino dentro del tejido urbano. Se trata de los centros de datos edge, centros de datos de proximidad diseñados para reducir la latencia y procesar grandes volúmenes de información más cerca del usuario final. De este modo, estos centros de datos edge están bien posicionados para soportar la entrega en tiempo real de aplicaciones críticas, como cargas de trabajo de IA, plataformas de streaming avanzadas o servicios basados en ecosistemas de IoT.
Cuando hablamos de sostenibilidad urbana, pensamos en eficiencia energética, transporte sin emisiones de carbono y arquitectura bioclimática[Mv1]. Y los centros de datos edge, que son más pequeños que los centros de datos tradicionales, más modulares y más urbanos, son tan tangibles como inexplorados.
Su impacto va mucho más allá de la tecnología: estos centros de datos están dando forma a nuestra forma de pensar sobre el entorno construido, el uso del suelo, la concesión de licencias, el consumo de energía y la integración arquitectónica.
Según el informe 2025 de Adigital y BCG, la economía digital ya representa el 26 % del PIB español, con un impacto de 414 000 millones de euros.
Y el objetivo nacional es alcanzar el 40 % en 2030. Esta transformación estructural requiere que nuestras ciudades se adapten a una infraestructura digital más distribuida, escalable y resistente, lo que también incluye la reconfiguración de los espacios existentes: edificios infrautilizados y reutilización de instalaciones o zonas industriales. La infraestructura digital ya no es periférica: ahora es una capa estructural clave del ecosistema urbano. Y, por lo tanto, debe ser compatible con la vida urbana.
La demanda de procesamiento de datos se está disparando con el auge de la inteligencia artificial, el 5G, el streaming inmersivo y el Internet de las cosas (IoT). Todo ello requiere una infraestructura digital más cercana al usuario final. Los campus gigantes en las afueras no son suficientes: se necesita una informática local, distribuida y eficiente. Y aquí es donde entran en juego los centros de datos edge.
Estos centros de datos edge pueden convertir edificios existentes (almacenes, espacios industriales en desuso) en infraestructura digital crítica, sin necesidad de consumir nuevos terrenos. Esta regeneración de los espacios urbanos es un primer punto de contacto con los principios de la economía circular aplicados a la construcción.
Pero hay más. Su menor escala permite la integración arquitectónica en el entorno urbano: pueden enterrarse, camuflarse en fachadas, compartir recintos con otros usos o formar parte de la infraestructura energética de un barrio. Lejos del modelo «búnker», estos centros pueden diseñarse teniendo en cuenta la ventilación pasiva, el control del albedo o la integración en el paisaje.
Y lo más interesante es que pueden devolver energía al entorno. Los más avanzados ya lo hacen, reutilizando el calor generado por sus equipos para alimentar redes de calefacción urbana, piscinas públicas o instalaciones municipales. En Eschborn (Alemania), por ejemplo, el calor de un centro de datos periférico se utiliza para calentar una piscina pública. ¿Podría replicarse esto en España?
España se encuentra en un momento excepcional en materia energética. En 2024, las energías renovables generaron el 56,8 % de toda la electricidad del país, un récord histórico según Red Eléctrica. Este crecimiento del 10 % con respecto al año anterior no solo impulsa la descarbonización, sino que también abre la puerta a un nuevo modelo de infraestructura urbana: uno en el que los centros de datos pueden funcionar con energía sostenible, distribuida y local.
A pesar de estos avances, siguen existiendo retos, como la congestión de la red, los picos de consumo y los desequilibrios entre la oferta y la demanda. En este contexto, distribuir la carga digital y energética de forma más eficiente y local se convierte en una prioridad.
Los centros de datos edge encajan perfectamente en este rompecabezas: permiten la digitalización sin saturación, la conexión sin colapso y el crecimiento sin destrucción. A diferencia de los macrocentros situados en las afueras, estos centros compactos se ubican en el corazón de las ciudades y pueden reconvertir edificios infrautilizados.
Además, su diseño puede ir un paso más allá del consumo. Los proyectos de recuperación de calor, como los ya implantados en Europa, permiten devolver la energía al entorno, cerrando el ciclo y posicionando estos centros como infraestructuras circulares y no extractivas.
Desde el punto de vista del desarrollo urbano, esto presenta nuevas oportunidades y retos para su integración en el tejido existente. Su despliegue puede basarse en criterios de compacidad, reutilización arquitectónica o inserción en usos mixtos, lo que requiere replantearse aspectos como la conectividad, el impacto visual o la coexistencia con otros usos residenciales, comerciales o públicos.
Incluir los centros de datos edge en el debate sobre la eco-construcción no es solo una cuestión técnica, sino también cultural. Significa aceptar que la sostenibilidad ya no se limita al tejado o la fachada, sino que también abarca el cableado, el software y la gestión inteligente de la energía y los flujos digitales. Y que un edificio sostenible también puede ser aquel que piensa en bytes, no solo en ladrillos.
La digitalización y la sostenibilidad van de la mano. Y en esa unión, los centros de datos edge son la nueva capa invisible que hará posible la ciudad descarbonizada, conectada y resiliente que todos queremos construir.
| Nombre | Antonio González |
|---|---|
| Empresa | nLighten España |
| Cargo | Director de Operaciones |
| Biografía | |
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