A punto de clausurarse la Bienal de Arquitectura de Venecia, Freehand Arquitectura —estudio especializado en arquitectura Passive House y Arquitectura Sostenible— repasa las ideas que no solo marcaron esta edición, sino que ya están definiendo un nuevo paradigma global. Frente a la crisis climática, la automatización y la pérdida de arraigo, esta Bienal ha confirmado que el futuro pasa por una arquitectura más empática, ética y consciente. Una arquitectura que repara, que aprende de la naturaleza y que se construye entre todos.
Freehand Arquitectura —estudio especializado en arquitectura Passive House y diseño consciente— analiza su edición de 2025 y extrae diez claves que definen el futuro de la construcción: una arquitectura que repara, respeta y regenera, y que reflexiona en torno a lo natural, lo artificial, la inteligencia y la colectividad.
Lo que antes se percibía como discurso teórico hoy es una exigencia ética. La arquitectura ha asumido su papel como agente ecológico y social, pasando de evitar el daño a reparar el entorno. Desde plataformas marinas que regeneran ecosistemas hasta puentes verdes diseñados por comunidades locales, la regeneración se consolida como una nueva forma de progreso.
Se revalorizan la autoconstrucción, la artesanía y la recuperación de saberes constructivos ancestrales, defendiendo lo local como vía sostenible frente a la globalización material.
El urbanismo deja de ser antropocéntrico. Esta Bienal confirma que el futuro se diseña para todas las formas de vida. Proyectos como Ocean City o hábitats compartidos con flora y fauna reafirman un enfoque ecosistémico, donde las estructuras se inspiran en geometrías naturales —corales, panales, semillas— y se construyen con materiales ligeros y biodegradables. El hormigón cede su trono a soluciones vivas y flexibles.
La inteligencia artificial ya no se contempla como amenaza, sino como compañera de creación. Su uso se ha consolidado en la resolución de problemas constructivos, la optimización de recursos y la exploración de nuevas morfologías. Lejos de anular la sensibilidad del arquitecto, amplifica su capacidad proyectual y abre un horizonte más libre, ágil y experimental.
“No hay mejor energía que la que no se necesita.” Lo que en ediciones anteriores sonaba a consigna técnica se ha convertido en consenso global. La arquitectura pasiva ya no es sólo eficiencia: es ética. Diseñar con el clima, la luz y la orientación significa entender el edificio como parte del ecosistema, no como su enemigo.
La arquitectura se adapta al entorno, y no al revés.
El agua se reivindica como elemento estructural, no sólo simbólico. Sistemas de recolección y reutilización se integran en el diseño de forma visible y celebratoria. La Bienal demuestra que el agua puede ser a la vez infraestructura y poética, energía y belleza. Ya no se oculta: se muestra, se honra y se convierte en lenguaje arquitectónico.
La innovación más vanguardista mira hacia atrás. Corcho, cáñamo, barro o espadaña recuperan protagonismo por su bajo impacto, su eficiencia térmica y su vínculo con el territorio.
El saber ancestral, reinterpretado desde la contemporaneidad, ofrece respuestas sostenibles a problemas que la alta tecnología no siempre resuelve. La modernidad, parece decir la Bienal, no está reñida con la memoria.
El desarrollo tecnológico deja de ser privilegio urbano. La fabricación digital, la impresión 3D o los sistemas CNC se democratizan y llegan a entornos rurales. Ejemplos como los proyectos de VUILD en Japón confirman que la innovación puede arraigar en lo local, fortaleciendo comunidades y generando economías circulares basadas en el territorio.
Se consolida una visión de la arquitectura como tejido interconectado. Desde una cubierta doméstica que recoge agua hasta un corredor biocultural, cada gesto se entiende dentro de un sistema más amplio. La escala deja de ser jerárquica: lo íntimo y lo territorial dialogan, recordando que cada casa es parte del paisaje y cada paisaje, un hogar común.
La Bienal transita del relato del colapso al de la reparación. Los materiales ya no solo se eligen por su resistencia, sino por su biografía y su capacidad de regeneración. Surge una generación de materiales vivos —a base de hongos, bacterias o conchas— que permiten crear un hormigón biodegradable de alta durabilidad. La innovación material se convierte en un acto de responsabilidad hacia el planeta.
El lema de esta edición, “Natural. Artificial. Colectivo.”, resume su esencia: la arquitectura del futuro será colaborativa o no será. De las chinampas prehispánicas a los laboratorios ciudadanos, la Bienal consagra la inteligencia colectiva como la gran herramienta de diseño. Construir ya no es imponer, sino acordar.
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