La vivienda se ha convertido en una de las principales fuentes de angustia para millones de personas. Alquilar una casa digna, comprar una vivienda estable o simplemente reformar lo que ya se tiene se ha transformado en una carrera de obstáculos marcada por la precariedad, la inflación, la especulación y la falta de visión política.
DmasC Arquitectos, un estudio de proximidad, orientado al diálogo, la innovación y las personas, analiza las claves estructurales, sociales y emocionales de una crisis que va mucho más allá del mercado inmobiliario.
1. No falta solo vivienda nueva: falta vivienda asequible y bien ubicada
El problema no es únicamente cuántas viviendas se construyen, sino para quién se construyen. En muchas ciudades se levantan promociones orientadas al segmento alto del mercado, mientras las familias con ingresos medios o bajos tienen cada vez más dificultades para encontrar un piso digno en zonas bien conectadas. Además, parte del parque existente se destina a usos como el alquiler turístico o permanece vacío, fuera del mercado habitual.
2. La vivienda se ha convertido en un producto financiero
Hoy en día, muchas viviendas no se compran para ser habitadas, sino como vehículos de inversión. Esto afecta directamente al mercado: al haber propiedades que no cumplen una función residencial real, se reduce la oferta útil y suben los precios. Es como si el supermercado tuviera estanterías llenas de comida, pero no estuviera a la venta.
3. El precio del alquiler crece, pero los salarios no lo hacen al mismo ritmo
En los últimos años, el alquiler ha subido mucho más que los sueldos. Esto ha provocado que muchos jóvenes tarden más en emanciparse o tengan que compartir vivienda durante más tiempo. También impide a las familias ahorrar o tener estabilidad a largo plazo, incluso si trabajan a jornada completa.
4. Reformar una vivienda se ha vuelto caro y complicado
Rehabilitar un piso para hacerlo más eficiente, cómodo o accesible tiene hoy un coste elevado. A esto se suma que muchas comunidades de vecinos carecen de los recursos o la organización necesaria para impulsar mejoras colectivas. El resultado: edificios que envejecen mal y barrios que se estancan.
5. El modelo hipotecario condiciona la libertad de las personas
Las hipotecas a 30 o más años atan a los compradores durante décadas. Esto dificulta tomar decisiones como cambiar de ciudad, emprender o adaptarse a nuevas circunstancias familiares. Aunque se tenga una propiedad, muchos propietarios sienten una falsa sensación de seguridad, ya que los costes asociados (IBI, comunidad, mantenimiento, seguros, etc.) siguen siendo altos.
6. Muchas viviendas no responden al modo de vida actual
Vivimos de manera distinta a como vivían nuestros abuelos, pero muchos pisos siguen pensados para el modelo clásico de familia nuclear. Hoy se teletrabaja, se convive entre generaciones o entre amigos, se necesitan espacios flexibles… pero el diseño de muchas viviendas no lo refleja.
7. La política de vivienda ha sido fragmentaria y poco ambiciosa
Más allá de los titulares, España no ha tenido una estrategia nacional a largo plazo sobre vivienda. Se necesitan medidas coordinadas que integren urbanismo, transporte, sostenibilidad, accesibilidad y demografía. También es importante adaptar las políticas a los nuevos modelos de convivencia, envejecimiento y movilidad laboral.
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