Desde el 1 de junio de 2013 es obligatorio que todos los edificios que se vayan a vender o alquilar cuenten con un Certificado de Eficacia Energética para que así los propietarios o inquilinos puedan comprobar y evaluar la eficacia energética del inmueble en cuestión.
La tendencia al alza en el costo de la energía y los combustibles, hace que cada vez adquieran más importancia las etiquetas energéticas. Éstas, en ocasiones, llegan a determinar la calidad de los edificios al mismo tiempo que nos ayudan a escoger las viviendas que cuentan con mayor grado de eficiencia y por tanto nos saldrá más barato encender la calefacción o el aire acondicionado.
La escala de eficiencia que queda determinada tras un estudio del inmueble -siendo A más eficiente y G menos eficiente- es el resultado de la división entre las emisiones/consumo de energía primaria de la vivienda en cuestión y una vivienda con características similares y que cumple los requisitos establecidos.
Según un estudio realizado por Genyoos, empresa especializada en servicios profesionales, cada vez son más los propietarios que deciden reformar y rehabilitar sus viviendas para alcanzar un grado A,B,C o D de eficiencia y así ahorrar en las facturas.
Causas de la mala eficacia
Una de las principales causas de una mala eficacia son los elementos envolventes y constructivos, es decir, la mala calidad de las fachadas, envolvente, cubiertas, ventanas, etc.
Otra causa suele ser los aparatos y equipos de climatización y producción de agua caliente. La solución sería la sustituciones de calderas y radiadores por otros de mejor rendimiento.
El hecho de reformar una vivienda o un edificio para mejorar su eficacia, pese a la inversión inicial de la sobras y compra de aparatos eficientes, supone un gran ahorro a largo plazo aunque los bolsillos lo notarán desde la primera factura de la luz, del gas o del agua.
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